Metro de Madrid. Línea 2. Quedan cuatro paradas para llegar hasta la Puerta del Sol. Tres mujeres leen un libro. Los otros 28 pasajeros del vagón teclean absortos su móvil rastreando la escasa cobertura que hay en los túneles. Manuel, 22 años, contempla con estupor la escena. «Esos cuatro hombres de enfrente llevan cinco minutos sin levantar la mirada de la pantalla», nos dice este chico, que se saca de la cartera una especie de tarjeta blanca que parece una calculadora. «Mira, pulso aquí y se iluminan todas las teclas. Es mi móvil, parece muy moderno, aunque sólo sirve para realizar y recibir llamadas».
Manuel es un insumiso del teléfono inteligente. Forma parte del 5% del mercado móvil de jóvenes, de entre 18 y 25 años, que posee un dispositivo básico: sin internet, ni apps, ni redes sociales.
Este estudiante de Psicología se compró su dispositivo hace un mes por internet. Le costó 10 euros. Antes tuvo un Alcatel, de esos con antena. Luego se pasó a unNokia antiguo con tapa que tenía su madre guardado en el cajón. Nunca ha usado WhatsApp. Hay un 13% de los españoles que no utiliza smartphone. Tiene mérito si tenemos en cuenta que, según el último informe de la consultora Ditrendia, nuestro país lidera la implantación de los teléfonos inteligentes en Europa.
«Mis amigos se piensan que soy un bicho raro, pero para mí yo soy el único normal», comenta Manuel. En los 10 minutos que dura el trayecto, al periodista le han llegado 15 mensajes por grupos de WhatsApp y dos notificaciones en Facebook. A Manuel, una llamada perdida de su madre.
La dependencia del móvil en la era de la hiperconexión puede ser extrema. Tanto que ya se ha puesto incluso nombre a la enfermedad de aquellos que no pueden estar ni un minuto separados de su teléfono: nomofobia. Y también de los que se dejan literalmente los dedos en la pantalla –whatsappitis– o los adictos a hacerse todo el rato fotos a uno mismo y compartirlas en las redes sociales: lo llamanselfitis.
«Es muy difícil vivir hoy en día desconectado», explica María Palacín, doctora en Psicología y directora del Master de Autoliderazgo y Conducción de Grupos en la Universidad de Barcelona. «Si no tienes WhatsApp estás perdido y nadie se quiere sentir excluido. Todo esto fomenta un autismo social entre los más jóvenes que es preocupante… La tecnología ha cambiado totalmente nuestras relaciones presenciales. Por ejemplo, si vas a un restaurante, la gente ya no está pendiente de su plato, si no de su móvil, que lo dejan siempre al lado del cuchillo y tenedor. Forma parte de la escenografía».
A Manuel le gusta comunicarse cara a cara o con llamadas. Toda una rareza en un país con más de 50 millones de líneas móviles. Pero los hay que, por convicción moral o pura moralidad, se niegan a que su vida esté condicionada por las notificaciones de su teléfono. «Si quieren decirme algo, que me llamen. No paran de repetirme la típica frase de que caeré al final como todo el mundo».
En las tiendas de compañías móviles del centro de Madrid, nos confirman que venden muy pocos teléfonos que sirvan sólo para llamar. «Los que venían a por ellos eran la mayoría ancianos, y cada vez son menos, porque ahora quieren uno con WhatsApp para chatear con sus amigos», cuentan los dependientes.
Para encontrar a más insumisos telefónicos como Manuel hay que dar un paseo por el barrio de Lavapiés. Aquí hay varias tiendas donde los chinos y árabes venden por menos de 20 euros un móvil libre, de prepago, de los que la batería te dura más de una semana. Como el que tiene Angie. Esta chica de 24 años dice vivir bastante tranquila con su Nokia con tapa. «Es muy cómodo, porque no estás todo el día pendiente del WhatsApp, aunque la verdad es que convivir así a veces es complicado. A menudo me siento aislada, porque nunca me entero de los planes que hacen mis amigas». Palabra de otra insumisa telefónica.
El término suena raro, pero si buscamos la definición en el diccionario, queda más que claro: «Persona que no se deja someter por la fuerza de las circunstancias». Y la fuerza de los emoticonos del WhatsApp o de los like de Instagram somete a millones de personas. Quedan pocos insumisos, pero los hay.
Algunos de ellos son famosos como el oscarizado actor Eddie Redmayne, que puso de moda el término en una entrevista en el Financial Times en la que reveló que odiaba estar pegado todo el día a su iPhone, así que se había comprado un móvil que sólo utiliza para llamar. El centro de investigación estadounidense Strategy Analytics estima que el año pasado se vendieron 44 millones de estos teléfonos básicos, un 2% del mercado mundial.
Para ese público han surgido proyectos como el Light Phone, un teléfono minimalista del tamaño de una tarjeta de crédito y cuidadísimo diseño. Pesa 38 gramos, su batería dura 20 días y únicamente tiene tres funciones: llamar, mirar la hora y usarlo como linterna. Ya lo conocen como el antismartphone.
Hablamos con sus inventores, Joe Hollier y Kaiwei Tang, que empezarán a comercializarlo en junio. «Ya tenemos más de 5.000 pedidos en 71 países», explican. «No queremos que la gente deje de estar conectada entre sí, sólo que se tomen un descanso. Vivimos mirando las pantallas, y nos olvidamos de disfrutar de todo lo que nos rodea».
En el tiempo en el que el periodista ha escrito estas líneas, ha mirado el WhatsApp una decena de veces, lo que implica que ha tardado casi media hora más en escribir el texto. Manuel, nuestro insumiso telefónico, sólo coge el móvil para llamar y mirar la hora. «Soy feliz conectado a mí manera. Seguiré con la cabeza mirando al cielo».
Vía El Mundo