Las noches del 31 de octubre al 2 de noviembre, Ometepec, Cuajinicuilapa y diversas zonas de la Costa Chica de Guerrero, retumban y resuenan al compás de la música de la charrasca, el violín y el zapateo de los diablos danzantes; la herencia africana de estas tierras, nos arroja una de las tradiciones más impactantes visualmente que existen en el estado.
Durante la época del virreinato, Guerrero recibió una gran cantidad de africanos, que traídos como esclavos, pedían su liberación a los dioses por medio de danzas, en especial al dios Ruja, que con el paso del tiempo, se convirtió en una de las tradiciones más representativas de la comunidad afrodescendiente de Guerrero y parte de Oaxaca.
Tradicionalmente los diablos danzan durante la celebración del día de muertos, el 1 y 2 de noviembre, pero también se lleva a cabo el Día de San Nicolás y en el día de la virgen de Guadalupe; esta danza conformada por un grupo de 12 hombres, liderados por el “Diablo Mayor” o “Tenango”, que simboliza al capataz o patrón, y la “Maniga”, que es un hombre con ropa de mujer que carga un muñeco, es dirigida con el sonido de un chicote y un cencerro.
Para cualquier extranjero, escuchar el sonido del chicote, es impactante, pero ver a ese grupo de hombres con máscaras de madera, con grandes cornamentas, crines de caballo y ropa negra, bailando al compás de esa música casi prehispánica, es algo que no se olvida, pues en ello converge la cultura, el misticismo, la religión y la magia de México.
En ciertas regiones, se cree que representan a los espíritus de los muertos que vienen a visitar las ofrendas y altares, en otras regiones, se dice que los diablos son quienes cuidan que los espíritus solamente visiten a los vivos en esa fecha.
Foto: Palabrasclaras